lunes, 30 de enero de 2023

“Alegría, liberación, luz, sanación y asombro. Así se comunica a Jesús”

El Papa Francisco, en la audiencia general del pasado miércoles, ha continuado con sus catequesis, esta es la tercera, dedicadas a la pasión por la evangelización. Hoy se ha centrado en Jesús, modelo del anuncio. Se ha dejado guiar por el pasaje evangélico en el que Jesús lee al profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret.

El mismo texto de Isaías contiene lo esencial de cuanto Jesús quiere decir de sí mismo, explicaba el Papa: “El Espíritu del Señor está sobre mí”, y después, “me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres”. Buena noticia, “no podemos hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una maravillosa historia de amor que compartir. Dar testimonio de Jesús, hacer algo por los demás en su nombre, es decir, entre las líneas de la vida, que has recibido un don tan hermoso que no se puede expresar con palabras”. En un segundo aspecto del texto de Isaías, Jesús dice que ha sido enviado “a pregonar la libertad a los cautivos”. No ha venido, “para imponer cargas, sino para quitarlas; traer paz, no traer culpa. Por supuesto, seguir a Jesús implica ascesis, implica sacrificios; después de todo, si cualquier cosa hermosa los requiere, ¡cuánto más la realidad decisiva de la vida! Pero quien da testimonio de Cristo muestra la belleza del destino, más que la fatiga del camino”. Por eso, añadía, “todo anuncio digno del Redentor debe comunicar liberación”.

El tercer aspecto que destacaba el Papa Francisco era el de “dar la vista a los ciegos” y llamaba la atención sobre el hecho de que, en toda la Biblia, antes de Cristo, no haya tenido lugar nunca la curación de un ciego. Es un “signo prometido que vendría con el Mesías”, porque “hay una salida a la luz, un renacimiento que se da sólo con Jesús”. Al Bautismo en la antigüedad se le llamaba “iluminación”, y la luz que se nos da es el ser hijos del Padre con el Hijo: “La vida ya no es un avanzar ciego hacia la nada, no: no es una cuestión de destino o de suerte. No es algo que dependa del azar o de los astros, ni siquiera de la salud o de la economía, no. La vida depende del amor, del amor del Padre, que cuida de nosotros, sus hijos amados. ¡Qué hermoso compartir esta luz con los demás!”.

El cuarto aspecto es la curación. La buena noticia es que el antiguo mal, el pecado, “que parece invencible, ya no tiene la última palabra. Puedo pecar porque soy débil. Cada uno de nosotros puede hacerlo, pero esta no es la última palabra. La última palabra es la mano extendida de Jesús que te levanta del pecado. Y padre, ¿cuándo sucede esto? ¿Una vez? ¿No dos? No. ¿Tres? No siempre. Cuando estás enfermo, el Señor siempre tiene una mano extendida”. Por eso, “acompañar a alguien a un encuentro con Jesús es llevarlo al médico del corazón, que alivia la vida”. Y agregaba el Papa: “Y quien cree en Jesús tiene precisamente esto para dar a los demás: el poder del perdón, que libera al alma de toda deuda. Hermanos, hermanas, no os olvidéis: Dios se olvida de todo”.

En el texto de Isaías se hace referencia, finalmente, al año de gracia, a un jubileo. Pero el jubileo del Señor no es un jubileo programado, “con Cristo la gracia que hace nueva la vida llega y asombra siempre. Cristo es el Jubileo de cada día, de cada hora, que se te acerca, para acariciarte, para perdonarte. Y el anuncio de Jesús debe traer siempre el asombro de la gracia. Este asombro… ‘No lo puedo creer, me ha perdonado, me ha perdonado’. ¡Pero qué grande es nuestro Dios! Porque no somos nosotros los que hacemos grandes cosas, sino que es la gracia del Señor que, incluso a través de nosotros, hace cosas impredecibles. Y estas son las sorpresas de Dios, Dios es un maestro de las sorpresas. Siempre nos sorprende, siempre nos espera”. Que Jesús, terminaba el Papa, “nos ayude a anunciarlo como Él quiere, comunicando alegría, liberación, luz, sanación y asombro. Así se comunica a Jesús”.