Obispos misioneros de África dan su apoyo al fondo creado por el Papa Francisco para apoyar territorios de misión como aquellos de los que estos prelados son pastores, donde la Iglesia está cerca de los excluidos y más necesitados. El fondo se creó el 6 de abril, con la contribución inicial del Papa de 750.000 dólares, ahora cada país está aportando al mismo los donativos de cientos de fieles destinados a los territorios de misión, en los que el impacto del coronavirus se suma a situaciones ya de por sí complicadas.
Desde la misión, cuatro obispos misioneros apoyan esta iniciativa. Conocen la situación de su gente y la acción de la Iglesia, porque han pasado años como misioneros y han sido consagrados obispos allí donde han servido. Ellos serán los destinatarios de las ayudas de este fondo. Uno de ellos es Alberto Serrano, obispo de la diócesis de Hwange, en Zimbabwe. Misionero en este país durante muchos años, pertenece al Instituto Español de Misiones Extranjeras. Desde 2006 es obispo de esta diócesis del tamaño de Aragón pero con sólo 300.000 habitantes. Es consciente de que si la enfermedad llega con fuerza habrá muchísimos muertos y será una calamidad. Además del problema de la asistencia médica, otro gran problema al que se enfrentan es el hambre, porque mucha gente no gana nada al no poder trabajar con el confinamiento. La diócesis tiene 26 parroquias-misiones y dirige dos hospitales en la zona, uno en la ciudad y otro en una zona rural, muy pobre, además de dos centros de salud de atención primaria, además de una residencia de ancianos y un orfanato.
Miguel Ángel Olaverri, obispo de Pointe-Noire, en Congo-Brazzaville – el “otro Congo” – es un misionero salesiano que lo ha sido en África durante cuarenta años, en su mayor parte, en este país en el que es obispo desde hace siete. La diócesis de Pointe-Noire tiene el tamaño de Bélgica, y en ella vive un millón y medio de habitantes. Tiene 17 parroquias en plena selva, con difícil acceso, y 22 en la ciudad. Muchas de ellas tienen dispensarios de sanidad, y la diócesis lleva adelante 19 escuelas. Por la pandemia están también confinados, aunque el gobierno ha tenido que relajar las medidas por la realidad de la gente. En la mayoría de las casas no hay corriente eléctrica, por lo que no hay neveras, y no se puede almacenar comida. Los mercados tienen que seguir abiertos por necesidad, y allí no hay distancias sociales. Además, en muchas de las casas no hay tampoco agua, ni jabón. Si la enfermedad se extiende, dice, habrá muchos muertos, porque, por ejemplo, en toda la ciudad, sólo hay cuatro respiradores.
El obispo de Sarh, en el Chad, Miguel Ángel Sebastián ha sido misionero en el país durante más de treinta años. Este religioso comboniano lleva 22 años como obispo. Según cuenta, aún están a la espera de que llegue el virus con fuerza. Las autoridades han tomado medidas muy estrictas, para intentar que no se propague, porque sería un desastre. El sistema de salud es muy precario. En Sarh hay un gran hospital de la diócesis, y varias clínicas de congregaciones religiosas. Aunque se han tenido que cerrar los templos y las celebraciones públicas, la Iglesia no ha parado de trabajar. Muchos voluntarios de la diócesis se están reuniendo en parroquias para coser mascarillas, que están dando al gobierno para que las reparta en los hospitales y centros de salud. Además, a través de la radio de la diócesis, se están dando clases a diferentes niveles (primaria, secundaria y bachillerato), para suplir la falta de educación ante las escuelas cerradas; además de las celebraciones litúrgicas. Según explica, la situación económica allí aún no es muy grave. El gobierno ha tomado medidas para bajar precios y subvencionar la compra de alimentos. Lo que le preocupa especialmente es que por esta crisis, en los hospitales se ha decidido suspender otras cosas importantes como las vacunas a los niños, y tiene constancia de que están muriendo niños por sarampión.
En el administrador apostólico de Makeni, en Sierra Leona, es el misionero javeriano Natalio Paganelli. La diócesis se extiende por el norte del país. Este italiano, que vivió 20 años como misionero en México, ya ha vivido la crisis del ébola. De hecho conoció mucho al hermano de San Juan de Dios Manuel García Viejo, fallecido por la enfermedad en 2014. Siempre ha agradecido las ayudas que las Obras Misionales Pontificias envían sin falta año tras año a esta diócesis, dirigidas a las necesidades “ordinarias”, que a ojos del primer mundo se calificarían de “emergencias” y “primera necesidad”. Mons. Paganelli, como los otros tres obispos teme por su gente, teme por su pueblo.