El misionero valenciano, Juan Jesús Prats, también rector del Seminario Redemptoris Mater de Pretoria, Sudáfrica, nos escribe una carta por la celebración de la fiesta central de nuestra fe:
Queridos amigos,
Hace poco recordaba a los seminaristas aquellas palabras de Jesús en el Evangelio donde dice: “Está escrito en los Profetas: todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a Mí”. Les invitaba así a entrar en la escuela del coronavirus, este acontecimiento global a través del cual hemos de creer que Dios está hablando a toda la humanidad, para atraerla a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Les exhortaba a acoger este tiempo de gracia para su formación, ya que no hay mejor formación que ésta, nuestra historia personal, entretejida de sufrimientos y alegrías, en la cual es Dios mismo el Pedagogo que nos educa.
Como nos dice Clemente Alejandrino “somos alumnos de un buen Pedagogo” que como Divino educador “no nos aplica sólo remedios dulces sino también ásperos, para derrotar en nosotros las raíces amargas del pecado” y en especial nuestra soberbia, que es el gran enemigo de todo crecimiento espiritual. Los seminaristas se preparan para ser “atletas de Cristo” (S. Juan Crisóstomo) y Dios ha querido darles este tiempo largo y duro de confinamiento como un gimnasio para fortalecer su vida interior que está hecha de silencio, oración e intimidad con el Señor. Un tiempo para aprender a entrar en sí mimos, para volver al verdadero centro interior donde habita el Espíritu y allí escuchar lo que nos dice. Como decía el anciano monje al joven principiante: “entra en tu celda y tu celda te lo enseñará todo”.
El Señor nos invita a todos a estar en casa, sí, pero esto también tiene un significado espiritual, a volver a nuestra verdadera casa donde quiere vivir y habitar Jesucristo como en un templo. Como dice S. Pablo “vosotros sois el Templo de Dios”. Un tiempo providencial también donde aprender, en las duras condiciones de estrecha convivencia, el “arte” de amarnos unos a otros. Como sabemos, este arte no se aprende en los libros de teología, no es tanto una técnica sino una gracia que Dios da a los pobres que la desean. Ojalá nuestros seminaristas aprendan en este tiempo que, para dar el amor, primero hay que recibirlo de Aquel que lo tiene y lo da sin medida.
En segundo lugar, al sentarme a escribir estas líneas en condiciones tan nuevas y extrañas de encerramiento, mis recuerdos vuelven a estos dos años recorridos de seminario, y nace de mi corazón un canto de agradecimiento.
Agradecimiento hacia todas las personas que lo hicieron posible desde sus primeros días, y a todas aquellas que como ángeles enviados por el Señor lo han hecho posible cada día hasta hoy. La lista de nombres sería larguísima...
Los catequistas y presbíteros que nos acompañan en el discernimiento vocacional, las hermanas que nos sirven en la casa, las familias en misión que nos ayudan con la administración, los profesores de filosofía y teología que han venido desde tan lejos para enseñarnos, los profesores de setwsana y de inglés, los arquitectos y obreros que nos han ayudado en las reformas, las Fundaciones y pequeños donantes anónimos que sostienen financieramente el seminario, las personas que se acuerdan de nosotros y a veces nos traen víveres y comida, los casi 200 donantes que participaron en la compra de los coches, el propietario del concesionario que nos los vendió y se ocupa de su reparación, los mecánicos de Pretoria que nos atienden en las urgencias rápidas, nuestra médico, nuestro electricista personal, los organizadores y bailarines de la gala benéfica de danza, nuestro proveedor de fruta y verdura para cada semana. Y seguramente me dejaré muchos que es imposible recordar. Muchos son los que Dios ha llamado a formar parte de esta misión.
Una mención especial merece Tapson, nuestro querido obrero de la township, que ya forma parte de nuestra familia y es asiduo a la casa no sólo con su trabajo manual, sino con su protección y ayuda.
Y por supuesto nuestros querídisimos Black, Fantida y Tando, la familia que vive pegada al seminario y hace siempre alegre nuestra vida diaria con su incansable sonrisa. Ellos nos cuidan y nosotros les cuidamos a ellos.
Muchas personas, sin embargo, permanecen en lo secreto, las que rezan cada día por nosotros y nos cubren con el escudo protector de la oración. Decía S. Juan María Vianney que sólo hay una cosa más potente que Dios, un hombre que ora. Y sabemos que en muchas de las batallas que son propias del camino de la vocación contamos con esta arma poderosa que muchos nos brindan.
Desearía, en estas circunstancias adversas para todos, DAROS LAS GRACIAS a todos desde lo profundo de nuestro corazón de parte de todos nosotros. Los seminaristas sienten especialmente su deber de devolver este agradecimiento cada día en forma de intercesión por todos aquellos que nos ayudan con sus bienes y con sus oraciones a través de la oración por sus intenciones y por sus familias.
La escuela del coronavirus creo que es también escuela de agradecimiento.
¡Cuántos dones y regalos inmerecidos hemos recibido a través de la Iglesia! ¿Cómo no dar gracias ahora más que nunca? Este es el más potente antiviral contra el peor cáncer de la vida espiritual: la murmuración. Como decía Santa Teresita de Lisieux, tendríamos que dar gracias a Dios casi por estrategia porque “si le agradecemos un bien, Él se conmueve y se apresura a darnos diez más”. S. Pablo nos dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra bondad sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4, 4-7).
Espero que estas pobres palabras nos ayuden a todos a disponernos ante el gran misterio que llega pronto: la Resurrección de Jesucristo que atravesando el muro de la muerte resurgió del sepulcro y nos espera en este Santo Triduo del año 2020 para hacernos partícipes de su Victoria sobre la muerte.