Ayer día del DOMUND, el Papa Francisco
presidía en la Basílica de San Pedro la Santa Misa para el Día Mundial de las
Misiones, el DOMUND. En la homilía de la Misa, reflexionando sobre la realidad
de la misión de todo cristiano, el Papa proponía tres palabras de las lecturas
del domingo: un sustantivo, un verbo y un adjetivo.
La primera palabra es el “monte”, el lugar
“donde a Dios le gusta dar cita a toda la humanidad”. Para el Papa el monte
significa que “estamos llamados a acercarnos a Dios y a los demás: a Dios, el
Altísimo, en el silencio, en la oración, tomando distancia de las habladurías y
los chismes que contaminan. Pero también a los demás, que desde el monte se ven
en otra perspectiva, la de Dios que llama a todas las personas: desde lo alto,
los demás se ven en su conjunto y se descubre que la belleza sólo se da en el
conjunto. El monte nos recuerda que los hermanos y las hermanas no se
seleccionan, sino que se abrazan, con la mirada y, sobre todo, con la vida. El
monte une a Dios y a los hermanos en un único abrazo, el de la oración. El
monte nos hacer ir a lo alto, lejos de tantas cosas materiales que pasan; nos
invita a redescubrir lo esencial, lo que permanece: Dios y los hermanos. La
misión comienza en el monte: allí se descubre lo que cuenta. En el corazón de
este mes misionero, preguntémonos: ¿Qué es lo que cuenta para mí en la vida?
¿Cuáles son las cumbres que deseo alcanzar?”.
La segunda palabra que proponía el Santo
Padre era “subir” porque es necesario “dejar una vida horizontal, luchar contra
la fuerza de gravedad del egoísmo, realizar un éxodo del propio yo. Subir, por
tanto, cuesta trabajo, pero es el único modo para ver todo mejor, como cuando
se va a la montaña y sólo en la cima se vislumbra el panorama más hermoso y se
comprende que no se podía conquistar sino avanzando por aquel sendero siempre
en subida. Y como en la montaña no se puede subir bien si se está cargado de
cosas, así en la vida es necesario aligerarse de lo que no sirve. Es también el
secreto de la misión: para partir se necesita dejar, para anunciar se necesita
renunciar. El anuncio creíble no está hecho de hermosas palabras, sino de una
vida buena: una vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas materiales
que empequeñecen el corazón, nos hacen indiferentes y nos encierran en nosotros
mismos; una vida que se desprende de lo inútil que ahoga el corazón y encuentra
tiempo para Dios y para los demás. Podemos preguntarnos: ¿Cómo es mi subida?
¿Sé renunciar a los equipajes pesados e inútiles de la mundanidad para subir al
monte del Señor? ¿Es de subida mi camino o de ‘escalada’?”.
La tercera palabra es “todos”, porque “el
Señor es obstinado al repetir este todos. Sabe que nosotros somos testarudos al
repetir ‘mío’ y ‘nuestro’: mis cosas, nuestra gente, nuestra comunidad…, y Él
no se cansa de repetir: ‘todos’. Todos, porque ninguno está excluido de su
corazón, de su salvación; todos, para que nuestro corazón vaya más allá de las
aduanas humanas, más allá de los particularismos fundados en egoísmos que no
agradan a Dios. Todos, porque cada uno es un tesoro precioso y el sentido de la
vida es dar a los demás este tesoro. Esta es la misión: subir al monte a rezar
por todos y bajar del monte para hacerse don a todos. Subir y bajar: el
cristiano, por tanto, está siempre en movimiento, en salida. De hecho, el
imperativo de Jesús en el Evangelio es id. Todos los días cruzamos a muchas
personas, pero —podemos preguntarnos— ¿vamos al encuentro de esas personas?
¿Hacemos nuestra la invitación de Jesús o nos quedamos en nuestros propios
asuntos? Todos esperan cosas de los demás, el cristiano va hacia los demás”.
La misión explicaba el Papa Francisco no es
otra cosa que “dar aire puro, de gran altitud, a quien vive inmerso en la
contaminación del mundo; llevar a la tierra esa paz que nos llena de alegría
cada vez que encontramos a Jesús en el monte, en la oración; mostrar con la
vida e incluso con palabras que Dios ama a todos y no se cansa nunca de
ninguno”.
Recordando que cada uno de nosotros es una
misión en nuestra tierra recordaba que “estamos aquí para testimoniar,
bendecir, consolar, levantar, transmitir la belleza de Jesús. Ánimo, ¡Él espera
mucho de ti! El Señor tiene una especie de ansiedad por aquellos que aún no
saben que son hijos amados del Padre, hermanos por los que ha dado la vida y el
Espíritu Santo. ¿Quieres calmar la ansiedad de Jesús? Ve con amor hacia todos,
porque tu vida es una misión preciosa: no es un peso que soportar, sino un don
para ofrecer. Ánimo, sin miedo, ¡vayamos al encuentro de todos!”.
Antes, en el ángelus de ayer el Papa Francisco habló de
la actualidad de la carta de Benedicto XV Maximum illud que inspiró el Mes
Misionero Extraordinario y recordó nuevamente que sólo en Cristo “está la
salvación de cada hombre y de cada pueblo”.
“La Jornada Misionera Mundial, que se
celebra hoy, es una ocasión propicia para que cada bautizado sea más consciente
de la necesidad de cooperar en la proclamación de la Palabra, en el anuncio del
Reino de Dios mediante un compromiso renovado. El Papa Benedicto XV, hace cien
años, para dar un nuevo impulso a la responsabilidad misionera de toda la
Iglesia promulgó la Carta Apostólica Maximun illud. Sintió la necesidad de
recualificar evangélicamente la misión en el mundo, para que se purificara de
cualquier adherencia colonial y quedara libre de condicionamientos de las
políticas expansionistas de las naciones europeas.
En el contexto cambiante de hoy, el mensaje
de Benedicto XV sigue siendo actual y nos estimula a superar la tentación de
cualquier cierre autorreferencial y de cualquier forma de pesimismo pastoral,
para abrirnos a la alegre novedad del Evangelio. En este nuestro tiempo,
marcado por una globalización que debería ser solidaria y respetuosa de la
particularidad de los pueblos, y en cambio todavía sufre de homologación y de
los viejos conflictos de poder que alimentan las guerras y arruinan el planeta,
los creyentes están llamados a llevar a todas partes, con nuevo ímpetu, la buena
noticia de que en Jesús la misericordia vence al pecado, la esperanza vence al
miedo, la fraternidad vence a la hostilidad. Cristo es nuestra paz y en Él se
supera toda división, solo en Él está la salvación de cada hombre y de cada
pueblo
Para vivir plenamente la misión hay una
condición indispensable: la oración, una oración ferviente e incesante, según
la enseñanza de Jesús proclamada también en el Evangelio de hoy, en la que
cuenta una parábola ‘sobre la necesidad de rezar siempre, sin cansarse. Nunca’
(Lc 18, 1). La oración es el primer apoyo del pueblo de Dios para los
misioneros, llena de afecto y gratitud por su difícil tarea de anunciar y dar
la luz y la gracia del Evangelio a quienes aún no lo han recibido. También es
una buena oportunidad hoy para preguntarnos: ¿rezo por los misioneros? ¿Ruego
por los que se van lejos para llevar la Palabra de Dios con el testimonio?
Pensemos en ello.
María, Madre de todos los pueblos, acompaña
y protege todos los días a los misioneros del Evangelio”.
OMPRESS