miércoles, 18 de septiembre de 2013

Iglesia Diocesana, Iglesia Misionera

 Hace unos meses el papa Francisco manifestaba su aprecio a los Directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias porque ayudáis a tener siempre viva la actividad evangelizadora, paradigma de toda la obra de la Iglesia”. [Leer el mensaje del Santo Padre]
La cooperación misionera sigue siendo el mejor indicador del dinamismo evangelizador de una comunidad cristiana. Alguien ha dicho, con acierto, “si una comunidad cristiana no es misionera ni es comunidad ni cristiana. Los obispos se sirven de la Delegación diocesana de misiones para que esta dimensión universal y católica, que brota de la fe, impregne cualquier actividad pastoral. Destaca como una de las principales tareas hacer presente el carisma universal de las Obras Misionales Pontificias, por eso el obispo suele encargar a la misma persona el oficio de la Delegación diocesana de misiones y de la Dirección diocesana de las OMP. Si aquella pone su punto de mira en el desarrollo de la dimensión misionera de las comunidades cristianas diocesanas, ésta abre el horizonte para implicar a los fieles en su cooperación la evangelización en el mundo entero. En cualquiera de las perspectivas encuentra eco y resonancia el mandato misionero: “Id al mundo entero…”

Al comenzar el nuevo curso es muy oportuno revisar el dinamismo y funcionamiento de este servicio de animación misionera, motor dinamizador de la confesión de la fe, la celebración de los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Sería un error pensar y aceptar que la principal tarea de los responsables diocesanos de la misión es principalmente promover campañas de cooperación económica para tender a las Iglesias nacientes que carecen de estos recursos económicos. Si así fuera la Iglesialocal se hubiera reducido a una ONG, especializada en la cooperación económica para proyectos pastorales. Quienes trabajan en una diócesis en la actividad específica de la animación, formación y cooperación misionera son conscientes de que su aportación a la vida de la comunidad diocesana es suscitar y desarrollar la catolicidad. Tarea por tanto irrenunciable y obligatoria para cada bautizado, pero para algunos a modo de ministerio eclesial: “ser una herramienta privilegiada para la educación en el espíritu universal misionero y en la comunión y colaboración cada vez más intensas entre las iglesias para el anuncio del Evangelio en el mundo” (Francisco Roma, 17 mayo 2013). Cada obispo, solícito con el Santo Padre en la Evangelización de los Pueblos, se sirve de este instrumento privilegiado para ayudar a las parroquias y a los fieles a vivir la fe en su dimensión misionera, bien expresada en aquella acertada afirmación conciliar: “hacer que cada diócesis sea misionera”.