La cooperación misionera sigue siendo el mejor indicador
del dinamismo evangelizador de una comunidad cristiana. Alguien ha dicho, con
acierto, “si una comunidad cristiana no es misionera ni es comunidad ni
cristiana. Los obispos se sirven de la
Delegación diocesana
de misiones para que esta dimensión universal y católica, que brota de la fe,
impregne cualquier actividad pastoral. Destaca como una de las principales
tareas hacer presente el carisma universal de las Obras Misionales Pontificias,
por eso el obispo suele encargar a la misma persona el oficio de la
Delegación diocesana
de misiones y de la
Dirección diocesana
de las OMP. Si aquella pone su punto de mira en el desarrollo de la dimensión
misionera de las comunidades cristianas diocesanas, ésta abre el horizonte para
implicar a los fieles en su cooperación la evangelización en el mundo entero.
En cualquiera de las perspectivas encuentra eco y resonancia el mandato
misionero: “Id al mundo entero…”
Al comenzar el nuevo curso es
muy oportuno revisar el dinamismo y funcionamiento de este servicio de animación
misionera, motor dinamizador de la confesión de la fe, la celebración de los
sacramentos y el ejercicio de la caridad. Sería un error pensar y aceptar que
la principal tarea de los responsables diocesanos de la misión es
principalmente promover campañas de cooperación económica para tender a las
Iglesias nacientes que carecen de estos recursos económicos. Si así fuera la Iglesia local se hubiera reducido a una ONG, especializada en
la cooperación económica para proyectos pastorales. Quienes trabajan en una diócesis
en la actividad específica de la animación, formación y cooperación misionera
son conscientes de que su aportación a la vida de la comunidad diocesana es
suscitar y desarrollar la catolicidad. Tarea por tanto irrenunciable y
obligatoria para cada bautizado, pero para algunos a modo de ministerio
eclesial: “ser una herramienta privilegiada para la educación en el espíritu
universal misionero y en la comunión y colaboración cada vez más intensas entre
las iglesias para el anuncio del Evangelio en el mundo” (Francisco Roma, 17
mayo 2013). Cada obispo, solícito con el Santo Padre en la Evangelización de los Pueblos, se sirve de este instrumento privilegiado para ayudar a
las parroquias y a los fieles a vivir la fe en su dimensión misionera, bien
expresada en aquella acertada afirmación conciliar: “hacer que cada diócesis
sea misionera”.