En el primer discurso oficial del papa Francisco a su llegada el lunes 22 a Río de Janeiro para participar de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), dijo,
ante las autoridades brasileñas, que no traía oro ni plata, pero “traigo conmigo
lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar
la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y
a cada uno mi saludo: La paz de Cristo esté con ustedes”.
El
pontífice señaló que “con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral
propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo,
alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y
animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor. Como es sabido,
el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En
efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con
jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos
de Cristo Redentor.
Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su
corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: ‘Vayan y hagan discípulos
a todas las naciones’. Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan
idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran
en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar
el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de
cualquier diferencia. Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber
energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son
seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los
jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: ‘Vayan y hagan discípulos’;
vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de
hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no
tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no
serán defraudados.
Al
comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que, dirigiéndome a los
jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y nacionales
de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que
depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones.
Es
común entre ustedes oír decir a los padres: ‘Los hijos son la pupila de nuestros
ojos’. ¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a
los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la
luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si
no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en
esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta
provocadora.
La
juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos
impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa
que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones
materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre
la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que
llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga
la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica
felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que
corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores
potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable
del destino de todos.
Al
concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía
necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento, los brazos
del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de
su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia hasta la pampa,
desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños pueblos hasta las
metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa. Pasado mañana, si Dios
quiere, tengo la intención de recordar a todos ante Nuestra Señora de Aparecida,
invocando su maternal protección sobre sus hogares y familias. Y, ya desde
ahora, los bendigo a todos. Gracias por la bienvenida”.OMPRESS-BRASIL