jueves, 20 de junio de 2013

Volver con las manos llenas.

“Aquel 1 de julio cogí mi avión con las manos vacías y he vuelto con una gran riqueza”, Lucía Fonts nos cuenta su experiencia misionera de verano en Egipto.


Por un momento, mientras estoy ya metida en la universidad e incorporada a la vida cotidiana y su velocidad vertiginosa, miro a mi alrededor. Me detengo a observar a las personas, su forma de comportarse y relacionarse, sus costumbres, sus proyectos, preocupaciones y deseos... y me siento enormemente privilegiada de haber podido conocer lo mismo en una cultura y realidad muy diferente que se encuentra a relativamente pocos kilómetros de nuestro país.
Esa realidad es la que conocí en Egipto, en mi experiencia en misión con las Misioneras Combonianas. Aquel 1 de julio cogí mi avión con las manos vacías y he vuelto con una gran riqueza. La que me ha aportado el encuentro con cada una de las personas durante mis dos meses en la misión. He sido testigo del servicio entregado con amor y dedicación por las misioneras. En todas las comunidades donde he estado, he encontrado unos brazos bien abiertos, dispuestos a acogerme con sencillez y haciéndome sentir bienvenida.

He conocido a muchos jóvenes cristianos y musulmanes que han querido compartir conmigo su visión del mundo, de la vida, que me han explicado sus dudas y miedos así como sus más grandes aspiraciones. Esto para mí realmente no tiene precio, no lo puedo comparar a hacer una visita a las famosas pirámides -aunque sin duda éstas deben valer la pena- ni puedo explicar lo que todo eso me ayudó a abrir mi mente, a mirar al diferente como alguien cercano… Sobre todo después de haber vivido -durante mis primeras semanas-  momentos en los que me sentía desplazada y extraña al no entender el árabe y no poder comunicarme como estoy acostumbrada.

He visto y tocado la realidad de la comunidad cristiana en un país de mayoría islámica. ¡Qué diferente es vivir como minoría tu religión! La fe de los cristianos egipcios me ha denunciado, pues a pesar de la comodidad, libertad y mayoría en la que vivimos en nuestra sociedad, se me hace cada vez más difícil dar mi experiencia como cristiana y manifestarme abiertamente como tal. Si tuviese más en cuenta los obstáculos e incluso persecuciones que sufren mis hermanos en otros países por defender su fe… se me acabarían los complejos.

Otra de las cosas más importantes que he aprendido en esta experiencia es la necesidad que tengo de intimar con el Señor, que es imposible realizar todo lo que he visto por parte de las misioneras, tanto en Mozambique como en Egipto, si no hay una fuerza mayor que las alimente, que las empuje. El anuncio del Evangelio en contextos culturales y religiosos como el de Egipto está basado en las obras. Esto no veo que pueda ser otra cosa que fruto de una relación profunda, de un encuentro real y personal con Jesús, un fruto que interpela a las personas que lo ven -como yo- planteándose la existencia de ese Amor, que va más allá de la solidaridad tan predicada en nuestro mundo; un Amor que es entrega total e incondicional por el otro, por el pobre y el desamparado.

Lucía Fonts

Misioneras Combonianas