miércoles, 14 de diciembre de 2022

Grupo Tú Eres Misión: El Espíritu Santo, protagonista de la Misión

Oración inicial

 Ven, Espíritu Santo: 
quedan aún muchos muros que han de ser derribados; 
aún no sabemos hablar lenguas que todos entiendan, 
y hay tantas guerras estúpidas. 
Ven, Espíritu Santo: 
porque no somos hermanos, 
no conocemos el nombre ni del que está a nuestro lado; 
seguimos soñando torres que nos hagan superiores, 
y lo maltratamos todo. 
Ven, Espíritu Santo: 
para enseñarnos a orar y saber decir “Jesús”,
 proclamar su testimonio con la palabra y la vida, 
y que grabes en nosotros la imagen viva de Cristo. 
Ven, Espíritu Santo: 
sé nuestro mejor perfume, nuestra alegría secreta, 
nuestra fuente inagotable, nuestro sol y nuestra hoguera, 
nuestro aliento y nuestro viento, nuestro huésped y consejero. 
Ven, Espíritu Santo, ven.


Lectura: (Ezequiel 36, 25-28)

Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: 
de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; 
y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; 
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 
Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, 
y que guardéis y cumpláis mis mandatos. 
Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. 
Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.

 



Dios modela el barro y le insufla su Espíritu para que pueda respirar y vivir, para que pueda crecer y desarrollarse como persona humana en el escenario del mundo, para que pueda relacionarse con Él. ¿Cuánto sabemos del Espíritu Santo? ¿Qué importancia se le otorga en la formación de los cristianos?

Las referencias al Espíritu vienen asociadas a los frutos o efectos que su acción divina produce en nosotros. Así, su papel en la evangelización, no suele ser el contenido del anuncio misionero pero es el que lo hace posible.

Tres características destaca del Espíritu Santo el Antiguo Testamento:

– Unge y da fortaleza ante el peligro (Jc 3,10; 6,34; 11,2; Ex 14,21). 
– Suscita a los profetas ante la corrupción o la idolatría (Os 2,14-16). 
– Acerca la salvación y transforma los corazones endurecidos (Is 11,1-11; Ez 37,10). 

Por todo ello el Espíritu ha sido visto como el desbordamiento de Dios, el que hace posible que se supere todo limitación, pecado o conflicto. El Espíritu es el que hace que Dios sea tan generoso, tan abierto y tan acogedor, hasta el punto de establecer una alianza de salvación eterna, definitiva y universal  (Jr 32,40). 

“Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia. [...] Por eso, todo lo que el Espíritu obra  tiene un papel de preparación evangélica [...]. La acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. En efecto, es siempre el Espíritu quien actúa, ya sea cuando vivifica la Iglesia y la impulsa a anunciar a Cristo, ya sea cuando siembra y desarrolla sus dones en todos los hombres y pueblos, guiando a la Iglesia a descubrirlos, promoverlos y recibirlos mediante el diálogo” (Redemptoris Missio 29)


Si el Espíritu precede, acompaña y fecunda la labor del evangelizador, es pues el principal protagonista de la misión. Y el Espíritu hace misionera a la Iglesia en virtud de los dones y carismas que nos regala. Por eso cualquier evangelizador está llamado a la búsqueda de una sólida espiritualidad, como garantía de que su vida está impregnada de la fuerza del Espíritu.


Y es que la Iglesia que nace de la acción del Espíritu en Pentecostés no puede ser más que una Iglesia esencialmente misionera. Por la acción del Espíritu la Iglesia sale del cenáculo, cuando podría ser víctima de la comodidad o de la satisfacción de sentirse entre hermanos pero con actitudes egoístas o autosuficientes (¿nos suena esta actitud?). Además, en el relato de Hch 2 vemos los abismos que separan y dividen a las naciones (trasfondo de Babel), pero el milagro del anuncio del Evangelio consiste en que, en medio de esas diferencias, se producen el encuentro y todos captan el mismo mensaje salvador. La llamada a la conversión es una invitación a transformarse en protagonistas de esa historia misionera


¿Fue Pentecostés un acontecimiento aislado?

Definitivamente no. A este primer Pentecostés que se produce entre judíos seguirán otros nuevos Pentecostés que van haciendo avanzar la misión de la Iglesia y la obra del Espíritu, incorporando a nuevos pueblos a la historia de la alianza. 

La vida cristiana es “gozo en el Espíritu” (Ga 5,22) y, por ello, fuerza para la comunicación y para la invitación a todos a fin de que participen de la misma alegría. ¿Quién puede esconder y no compartir tal Buena Nueva? 

Así, el Espíritu es el que hace a cada Iglesia concreta una comunidad misionera. Es toda la comunidad la que discierne su obligación de participar en la obra del Espíritu, para que Pentecostés siga siendo realidad viva y experiencia constante. Es en esta clave que entendemos la actual Misión Diocesana en la que nos encontramos y en la que todos estamos llamados a participar. También en el aliento a los misioneros ad gentes y en la oración para que el Espíritu suscite nuevas vocaciones a la misión y encuentre respuesta.

El Espíritu se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros, pero su presencia y su acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo. El Espíritu anticipa la acción del misionero, le llama y le espera desde fuera, porque ya está actuando en el seno de la historia y de la vida humana, en cada pueblo, cultura y religión; en el origen de los ideales nobles y de las iniciativas positivas. El anuncio del Evangelio no se produce, por tanto, sobre el vacío, sino bajo el aliento del Espíritu del Resucitado que inunda toda la realidad. Todo lo que el Espíritu obra tiene un valor de preparación, de orientación, de referencia a Cristo, único salvador y mediador. La Iglesia debe estar siempre abierta al diálogo y a descubrir los valores presentes en todo tiempo y lugar, pero a la vez siente como vocación propia y genuina ir naciendo como Iglesia local en los diversos pueblos y culturas, para la salvación y la felicidad de todo hijo de Dios.

Te proponemos ahora unas preguntas para la reflexión: 

  1. ¿Vivo con una espiritualidad vacía y rutinaria o, por el contrario, es una existencia movida y alimentada por la fuerza y el dinamismo del Espíritu?
  2. Trata de recordar ¿En qué han quedado los compromisos que asumiste en la Confirmación?
  3. El Espíritu suscita la alegría de la misión y el rejuvenecimiento de la Iglesia. ¿En qué momentos he percibido de manera concreta esta alegría, esperanza, rejuvenecimiento... del Espíritu en mi comunidad eclesial? 
  4. ¿Es mi comunidad eclesial pentecostal en el sentido que hemos indicado? ¿Cómo puedo yo contribuir a que lo sea más?

Puedes concluir esta lectura escuchando esta canción de Athenas: