viernes, 26 de agosto de 2022

P. José Vicente Martínez: Un verano y vida misioneros

Ya casi pasó el verano con su calor sofocante agravado por los incendios que hemos sufrido en España y en otros lugares.

Muchas y variadas han sido las experiencias que los niños, adolescentes y jóvenes de nuestras parroquias han podido vivir a lo largo de los meses de julio y agosto, incluso algunos también en septiembre, hasta que ahora retomamos de nuevo el curso y cada uno vuelve a sus estudios u ocupaciones ordinarias.


Cabe destacar la experiencia misionera de jóvenes, muchos alumnos y alumnas de la UCV,  y de seminaristas valencianos en misión: es necesario no solo conocer las misiones, sino acompañar a los misioneros y a los pueblos que se les confían, pueblos que sufren muchas carencias en casi todos los órdenes: falta del alimento necesario, falta de trabajo, falta de una casa, de un hogar, falta de relaciones sanas con los demás y necesidad de ser evangelizados, de conocer a Dios y a su Hijo Jesucristo, de ser instruidos en la fe de la Iglesia, etc.

También sufren estas personas la falta de una familia y del calor de un hogar hogar; a veces ni siquiera los padres pueden aportar a casa los recursos suficientes para que la familia salga adelante.

Y en muchos lugares estas situaciones de pobreza se cronifican, llegando incluso a la pobreza extrema, a la desnutrición, al hambre, a la falta de fármacos, de centros de salud, hospitales, lugares de acogida, etc.

Pues bien, precisamente en esas latitudes están y viven nuestros misioneros y misioneras que dejaron su casa, sus estudios, su trabajo, para entregarse a la misión de la Iglesia, que no es otra sino evangelizar, es decir, anunciar a Jesucristo y su Evangelio.

Ellos lo hacen no solo con palabras, sino con su vida entera, y ponen todas las facultades que Dios les ha dado al servicio de los demás, sin hacer acepción de personas, puesto que a un dispensario católico puede acercarse un ciudadano musulmán o ateo y es atendido.

Tal y como hacía la Madre Teresa de Calcuta, hoy Santa Teresa de Calcuta, que salía a recoger a los pobres y a los enfermos, a los parias de la India y los llevaba a un lugar más seguro, las Casas de la Caridad de las Hermanas; ellas son las primeras en vivir en pobreza, siempre al servicio de los más necesitados en el cuerpo y en el alma.

En esas Casas morían muchas personas, debido a múltiples causas, pero morían acompañadas y rodeadas del afecto y la oración de las Hermanas y de los voluntarios.

Los y las jóvenes que han participado este verano y en veranos anteriores en estas experiencias misioneras han visto con sus propios ojos los efectos de las injusticias y del pecado de los hombres, pero también han visto cómo la gracia de Dios suscita hombres y mujeres cristianos que de hecho han consagrado su vida entera al servicio de la misión de la Iglesia, al servicio de los más pobres.

Seguro que, si habláis con alguno de estos jóvenes, os impresionará su testimonio en las misiones donde han estado aprendiendo y sirviendo por amor a Cristo.


Interesa que desde las parroquias y comunidades cristianas de nuestra diócesis formemos a los fieles de toda edad y condición en el espíritu y en la práctica de la misión de la Iglesia.

No vamos allí a hacer proselitismo. Vamos a anunciar a Jesucristo, su Evangelio, su buena noticia. Vamos a servir, a conocer, a amar, a aprender, a enseñar, a cooperar, a trabajar y orar juntos, en sinodalidad, tal y como nos pide el Papa Francisco, es decir, en profunda comunión de fe, caridad y esperanza. 

Todo esto no es cosa nuestra. Es cosa del Espíritu Santo que sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere.

También los ancianos, las personas adultas y, como hemos dicho, los jóvenes, los adolescentes, los niños, todos y todas, familias enteras de cristianos hemos de salir a la misión, hemos de ser misioneros.

A algunos Dios les llama a marchar a un país distinto del suyo para llevar a cabo la evangelización y la misión, pero a todos nos llama el Señor a ser evangelizadores, apóstoles y misioneros estemos donde estemos, porque a veces no es necesario salir del propio ambiente para llevar a cabo la evangelización-misión.

Si nos apoyamos en el Señor, en la oración, en la meditación de su Palabra, en los Sacramentos, en la comunidad cristiana concreta donde cada uno vive la fe, podremos dar un buen testimonio de Cristo.

A todos y cada uno de nosotros nos toca sembrar. Lo de recoger es cosa de Dios.

¡Vivamos con alegría nuestra fe en Jesucristo amando y sirviendo a todas las personas!>

J. V. Martínez