jueves, 7 de abril de 2022

El misionero Juan Catret por este Domingo de Ramos: Crónica de amor y de muerte

Este domingo nos invita a proclamar a Jesús con ramas de olivo sin es que las tenemos a recibirle como nuestro Rey y Redentor, que entra en Jerusalén como un rey de paz: montado en un burrito de un modo triunfal criticado por los fariseos que demandan a Jesús que haga callar al gentío y a los niños su canto: de “¡Hosanha!”... Jesús les contesta que si los niños callan cantarán hasta las piedras. 

Podemos decir que la liturgia de este domingo es la “crónica de amor y de muerte”. 

Jesús, como dice el Evangelio: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin”, es decir, hasta morir por ellos. Por nosotros. 

Siempre, pero en especial cuando llegan estas fiestas, hemos de renovar nuestro recuerdo agradecido por la pasión y muerte de Jesús. 

Esta actitud de agradecimiento debe ir unida a una conciencia renovada de nuestra salvación eterna gracias a la muerte temporal de Jesús. Ya estamos salvados en esperanza. Ya estamos redimidos por parte de Cristo. Sin embargo, aún falta la aceptación personal e intransferible por nuestra parte. Tenemos que abrir las puertas de nuestra libertad para que pueda penetrarnos con su luz y su calor salvadores. 

¡Qué diferencia de acogida dieron a Cristo crucificado el buen y mal ladrón, el centurión y los fariseos, María y Judás! “Sálvate y te salvaré!”, nos dice Jesús. 

Otro aspecto de nuestra actitud ante la pasión de Jesús es el de la imitación. Si los cristianos tomamos por modelo de nuestra conducta la vida de Jesús, también sus sufrimientos son aleccionadores. Cuando se presente la cruz física o moral, hemos de imitar el encaje que tuvo Jesús en Getsemaní: “Si puede pasar este cáliz sin que yo lo beba...Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

No es que Dios quiera directamente la pasión de su Hijo y de sus hijos, sino sólo indirectamente, como resultado de una vida de amor y servicio, que conduce paradójicamente a la cruz.

En esta sociedad hedonista, los cristianos debemos seguir diciendo con San Pablo: “Sufro en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia”, el Cuerpo místico de Cristo: los otros.

Este domingo de Ramos y de Pasión nos muestra que la historia de la humanidad es un agridulce, un manojo de sonrisas y lágrimas. Es un clarioscuro de alegrías y de penas. “Cristo sigue sufriendo hasta el fin de los siglos” (Péguy). Los cristianos debemos hacer a toda hora con los dolores de todo tipo de las personas: dolores físicos, morales, que sufren en su corazón, con sus cruces afectivas. Tenemos que hacer el papel de la Verónica y del Cireneo, enjugando el sudor y la sangre y las lágrimas de los que nos rodean, echando una mano a los que arrastran penosamente su cruz junto a nosotros. 

Con hermoso himno conmemorando la “crónica de amor y de muerte” de Jesús, San Proclo de Constantinopla en un sermón dijo: 

 “El Rey manso y pacífico está a nuestra puerta. El que reina en las alturas sobre los querubines está aquí abajo sentado en un pollino de borrica. Preparemos las casas de nuestras almas, quitemos de ellas esas telas de araña que son las discordias fraternas; que nadie encuentre en nosotros el polvo de la malidicencia. Derramemos a oleadas el agua del amor y apacigüemos las desavenencias que levanta la animosidad; después salpiquemos el vestíbulo de nuestros labios con las flores de la piedad. Entonces, que surja de nosotros ese mismo grito que brota de la muchedumbre: Bendito el que vien en nombre del Señor, el Rey de Israel.” 

Quiero terminar con el soneto de San Francisco Javier, que todos conocemos y quizás sabemos de memoria: 

 No me mueve, mi Dios, para quererte 

el cielo que me tienes prometido, 

ni me mueve el infierno, tan temido,

 a no dejar por eso de ofenderte. 

 Muéveme tú, mi Dios; muéveme el verte 

afrentado en la cruz y escarnecido; 

muéveme el ver tu pecho tan herido; 

muéveme tus afrentas y tu muerte. 

 Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera, 

que aunque no hubiera infierno te temiera. 

 No me tienes que dar porque te quiera, 

porque si lo que espero no esperara, 

lo mismo que te quiero te quisiera. 

J.V.C.