El padre Nguyen ha recurrido a la exhortación post-sinodal Ecclesia in Europa, del Papa San Juan Pablo II, que recogió los fruto de un sínodo centrado en el continente. Con sus menciones a la necesidad de una nueva evangelización y de un primer anuncio, y a la ignorancia religiosa, aquel documento planteaba un escenario que sigue siendo actual. Pero es también cierto que “el Evangelio sigue dando frutos en las comunidades parroquiales, entre las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de oración y de apostolado y en las diversas comunidades juveniles, así como por la presencia y crecimiento de nuevos movimientos y realidades eclesiales. En cada uno de ellos el único Espíritu encuentra formas de despertar una renovada entrega al Evangelio, una apertura generosa al servicio de los demás y una vida cristiana marcada por la radicalidad evangélica y el celo misionero”.
El responsable de la Pontificia Unión Misional insistía en la importancia de la parroquia, tanto en los países poscomunistas como en Occidente, porque “sigue manteniendo y realizando su misión particular, indispensable y de gran actualidad para la pastoral y la vida de la Iglesia. La parroquia sigue siendo un escenario donde se ofrecen a los fieles oportunidades para una genuina vivencia cristiana y un lugar de auténtica interacción humana y socialización, ya sea en las situaciones de dispersión y anonimato propias de las grandes ciudades modernas o en zonas rurales y escasamente pobladas”.
La preocupación de la Iglesia por Europa “nace de su misma naturaleza y misión. A lo largo de los siglos, la Iglesia ha estado íntimamente ligada al continente, de modo que el rostro espiritual de Europa se fue configurando gracias al esfuerzo de grandes misioneros, al testimonio de santos y mártires, y al esfuerzo incansable de monjes y monjas, religiosos y religiosas y pastores”. Además, “la Iglesia, como portadora del Evangelio, contribuyó así a difundir y consolidar aquellos valores que han universalizado la cultura europea”.
Hacía hincapié el padre Nguyen en la necesidad de unidad en torno al sucesor de Pedro y de comunión, de manera que diversidad de carismas y vocaciones converjan y enriquezcan a la Iglesia. Recordaba la misión de los laicos, y los muchos ejemplos de laicos que han sido testigo de Cristo y su Evangelio por su servicio a la vida pública, recordando a los conocidos “Padres de Europa”. Otro elemento es la presencia de inmigrantes, cuya presencia “enriquece el rostro de las parroquias y las hace más universales, más católicas”. Su atención pastoral es “una importante actividad misionera que puede ayudar también a los fieles locales a redescubrir la alegría de la fe cristiana que han recibido”.
Como conclusión, hacía un elenco de las tareas que las Obras Misionales Pontificias deben sumar a la nueva misión de evangelización de Europa. Entre ellas el redescubrir el origen “europeo” de las Obras, desarrollar su carisma original y recordar el espíritu que siempre las animó y que el beato Paolo Manna, precisamente el fundador de la Pontificia Unión, resumió en una frase: “Todas las Iglesias por la conversión de todo el mundo”.