Profeta del diálogo interreligioso entre el cristianismo y el islam, y conocido como “hermano universal”, murió asesinado en el Sáhara, pobre entre los pobres, tuareg entre los tuaregs. El Papa Francisco promulgaba el pasado miércoles el decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de este beato.
Charles de Foucauld (1858-1916), nacido en Estrasburgo, tenía seis años cuando fallecieron su padre, su madre y su abuela. Su abuelo los acogió a él y a su hermana, pero la guerra franco-prusiana les obligó a abandonar Alsacia y establecerse en Nancy. Alumno brillante, se distancia de la fe. Entra en la vida militar, pero dada su vida disoluta se ve obligado a abandonar el ejército. Se convierte en explorador en Marruecos, pero, al contacto con los musulmanes, se cuestiona su propia fe, lo que le lleva a la conversión. El sacerdote que le ayudó en este paso, el padre Huvelin, le dijo algo que fue fundamental en su vida: “Nuestro Señor ha ocupado tanto el último lugar que nadie ha podido quitárselo nunca”. Entró en La Trapa, pero la vida monástica le pareció que era demasiado fácil para él. Luego pasó tres años en Nazaret, donde llevó una vida de ermitaño. Allí meditando sobre la Sagrada Familia es cuando descubre su camino: “El buen Señor me hizo encontrar lo que estaba buscando: la imitación de lo que fue la vida de Nuestro Señor Jesús en ese mismo Nazaret…”. Es vivir el último lugar con Jesús y el amor a los pequeños, lo que le lleva a salir de Nazaret y se ordena sacerdote en 1900. Parte como misionero con destino a Argelia, primero a Beni Abbes y luego a Tamanrasset, donde puso en práctica su programa de vida con los tuaregs, haciéndose humilde y pobre entre los pobres. En 1902 le escribió a su primo: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal”. Esta expresión será retomada por Pablo VI, en 1967, en la encíclica “Populorum progressio”. Charles de Foucauld morirá asesinado el 1 de diciembre de 1916. Tenía 58 años.
Su vida fue original, fascinante, llena de aventuras y, a la vez, humilde, sencilla, retirada. Todos los días, practicando el apostolado de la bondad, colocaba en el centro el amor por los pobres, por los pequeños, por aquellos a quienes el mundo ha olvidado, recordando a cada cristiana, más allá de discursos y doctrinas, la importancia de imitar a Jesús. Un hombre que, como dijo el Papa Francisco en el centenario de su muerte, “hizo bien a la Iglesia”. Sus escritos son numerosos, incluso escribió un diccionario francés-tuareg que todavía está en uso. Años después de su muerte, la fama del hermano Charles se extendió por todo el mundo. Los “hermanitos y hermanitas de Jesús”, más de trece mil en la actualidad, repartidos por todo el mundo en unos veinte institutos y comunidades, asociados en la familia espiritual Charles de Foucauld, continúan dando testimonio de esta espiritualidad, en donde son centrales Nazaret y ese ocupar el último lugar.
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