Fue el 27 de enero de 1873 cuando el sacerdote valenciano Saturnino López Novoa, con la ayuda y colaboración de Teresa Jornet, fundaba las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Barbastro, Huesca, para “amparar” a tantas personas mayores, pobres y abandonadas a sí mismas. Todo ello por la experiencia que vivió este sacerdote tras acoger a una anciana enferma, abandonada y que falleció cuidada y querida. La hoy Santa Teresa de Jesús Jornet llegó a Barbastro, acompañada de su hermana María y de la amiga de ambas, Mercedes Calzada, a unirse a las primeras aspirantes que, desde la tarde del 3 de octubre de 1872, dirigidas por D. Saturnino, comenzaban las primeras etapas de su formación. Pocos días después, Teresa fue nombrada superiora del grupo, y don Saturnino le entrega oficialmente las constituciones, que ella recibe como un designio de Dios. El 27 de enero de 1873, con la vestición del hábito de hermanitas de aquel grupo de 10 jóvenes en la iglesia del seminario de Barbastro, daba su primer paso oficial la nueva congregación.
Tras las primeras fundaciones de casas en España, en 1885 fundan el primer hogar en Cuba. En la actualidad son 204 los hogares en 19 países. Como cuentan ellas mismas, las últimas fundaciones han tenido lugar en Mozambique, Filipinas, Guatemala, Paraguay y El Salvador.
Una labor misionera escondida pero que no es sino la suma de innumerables encuentros con personas desamparadas a las que hacen llegar la misericordia de Dios. Ellas mismas reciben la ternura agradecida de Dios. Así lo muestra uno de los testimonios llegados a las Obras Misionales Pontificias de estas religiosas. Es el de la hermana Carmen Laguna, desde Bolivia:
“He vivido una experiencia reciente, muy fuerte con un ancianito que nos trajeron. Estaba en una población perteneciente a Cochabamba, en la calle totalmente abandonado, una señora al verlo le preguntó ¿qué hace aquí?, y le contestó: esperando a morir. Se lo llevó a casa, lo lavó, le dio de comer y lo llevó a Defensoría. Como estaba muy enfermo, los responsables de los adultos mayores lo llevaron al hospital y, al poco tiempo, nos lo trajeron al hogar.
En verdad que el Señor nos hizo ver su misericordia a través de este ancianito, qué capacidad de aceptación de su situación y limitación. Recibió la Santa Unción con mucha paz. Ahora, confiamos que ya goza de la presencia de Dios e intercede por los que todavía peregrinamos en esta tierra. Gracias, Padre, por escuchar la súplica de tus hijos y darnos un corazón para amar y unas manos para servir a nuestros hermanos. Hay muchos adultos mayores que no tienen ningún familiar, están inválidos, pero poseen lo más grande, la gratitud y un alma orante que se inmola día a día y está salvando a la humanidad. Cada día aprendo de los valores tan grandes que tienen nuestros mayores, la profundidad de su fe, la valentía de su esperanza y la sencillez de su amor”.