Seminaristas valencianos, del Seminario Mayor en Moncada, que este verano viajaron al Vicariato Apostólico de Requena, en Perú, dentro de la iniciativa diocesana “Verano en Misión”, colaboran con un comedor infantil en plena selva amazónica, que atiende cada día a cerca de 180 niños desnutridos, para el que piden ayuda ante la falta de recursos y medios para seguir adelante.
El proyecto, llevado por dos religiosas Franciscanas del Rebaño de María, en el pueblo de Jenaro Herrera, en donde también tienen escuelas para la formación de los niños y talleres de carpintería y costura, entre otros oficios, ha sido presentado a la Fundación Ad Gentes del Arzobispado de Valencia para recabar ayudas.
El comedor infantil ofrece a los niños de las familias de esta zona de la selva peruana “la única comida que toman al día y tampoco llega a todos, y la desnutrición les afecta a su salud, hay niños enfermos o con discapacidades por no comer”, según explica el delegado de Misiones del Arzobispado, Arturo Javier García, que también viajó a Perú junto a los seminaristas valencianos.
Por ello, desde Valencia, “apoyamos este proyecto de las Franciscanas para que pueda seguir adelante con la solidaridad y ayuda de los valencianos”, afirma. El comedor abre sus puertas a las 12 del mediodía, de lunes a viernes, y muchos niños esperan su turno horas antes, incluso algunos ayudan como voluntarios llevando leña para luego poder comer. Allí les ofrecen arroz, frijoles, verduras y fruta, pescado y carne “alimentos que no tienen acceso por su elevado precio”. También se turnan las madres para ayudar en la cocina.
En ese sentido, el seminarista David Sanchis Cano, que junto a los también seminaristas Ignacio Benavent y Bernat Alcaide, viajó este verano al Vicariato de Requena, al pueblo de Jenaro Herrera, destaca la ayuda que prestan las Franciscanas del Rebaño en el comedor infantil pero también en la formación de niños y jóvenes, y en el cuidado de ancianos y enfermos.
Precisamente, ante la situación de crisis sanitaria, las religiosas convirtieron los talleres en hospital de campaña para la atención de enfermos y “han estado salvando vidas durante todo este año, con la ayuda del obispo valenciano monseñor Juan Oliver”, titular del Vicariato de Requena, - al que la Archidiócesis de Valencia presta colaboración misionera desde hace cuatro años- que consiguió bombas de oxígeno.
Igualmente, en su estancia en Jenaro Herrera, dentro de la iniciativa “Verano Misión” de la delegación de Misiones del Arzobispado de Valencia, los jóvenes seminaristas, además de ayudar en el comedor y en la cocina, preparando las comidas, reforzaron a los profesores de las escuelas.
“Como las distancias son tan extensas, cuando los profesores tienen que ir al médico, se pasan días de viaje en lancha, hasta que llegan a Requena o a Iquitos; mientras, nosotros les sustituíamos y dimos clases a los niños, y realizábamos con ellos actividades deportivas”, asegura.
Asimismo, los seminaristas visitaron a enfermos en sus casas- muchas de ellas construidas con tablas de madera sobre la tierra, con huecos tapados con plásticos- y ayudaron a relanzar la catequesis, la pastoral de la parroquia y las celebraciones litúrgicas que habían estado cerradas desde hacía un año por la pandemia. “Muchos jóvenes no están bautizados, no están educados en la vida sacramental, pero tienen gran fe y por primera vez descubrieron algo nuevo en las adoraciones al Santísimo que celebramos con todos ellos”, afirma David.
“Ver la entrega de los misioneros, que dan su vida por los demás, es un estímulo para vivir nuestra vocación”
Según expresa David Sanchis, hasta ahora “no me había identificado con la misión” pero “contactar con esta pobreza tan extrema y ver la felicidad que sienten estas familias, y la entrega de las religiosas por todos ellos, anima a salir de nuestra zona de confort, ayudar, ser generosos y llevarles la fe en Dios”.
Por su parte, el seminarista Bernat Alcalde asegura que poder participar en esta misión “ha sido un regalo del Señor para mi vida como cristiano y en mi proceso vocacional”. “Ha sido un tiempo privilegiado de poder ver a Cristo en los enfermos, ancianos, niños... en los últimos y de poder compartir con ellos la fe”. “Para mí el testimonio de entrega de los misioneros que allí entregan su vida es un estímulo para vivir con fidelidad mi vocación”, asegura.
Igualmente, Nacho Benavent, afirma que le impactó la precariedad de la sociedad y de la Iglesia, “así como el desorden moral, político-económico, religioso…”. “Vi una gran sed de Jesús en los niños, ancianos y enfermos tan descuidados”. “La falta de una familia estructurada y la falta de una experiencia de paternidad ha gestado muchas confusiones de identidad y heridas profundas que sólo desde la fe pueden ser sanadas y glorificadas”, afirma.