jueves, 25 de junio de 2020

Desde Argentina, Ismael Valls


Ahora es la hora de América y, en especial, de esta América Latina donde el coronavirus ya ha llegado.

En Argentina, que dice haberse anticipado en la prevención, a partir de la experiencia de Italia y España, la realidad dista mucho de ser lo que está ocurriendo en Perú, Chile o Brasil, donde el virus está avanzando terriblemente, aunque las cifras que da a conocer el Gobierno argentino, puede que tampoco se correspondan con la realidad.

En Buenos Aires (Distrito Federal, Conurbano y provincia) es donde está el foco más fuerte. Hay algunos casos en las provincias de Córdoba, el Chaco y, últimamente, Formosa. En las demás provincias, sólo hay la prevención por los casos que puedan darse por contacto con allegados de los lugares más afectados.

Acá, en Santiago del Estero, donde pertenece Añatuya, no hay ningún caso confirmado. Pero la política presidencialista es la que se ha impuesto en toda la República Argentina. Las normas son asumidas por los Gobernadores y se aplican en sus provincias y todos sus departamentos (lo que ahí serían las comarcas).

Han cerrado las ciudades en todos sus accesos, dejando libre una entrada y salida principales con control policial. Ciudades y caminos cortados con montones de ripios, arena... que, con la lluvia, los hace inaccesibles, incluso a pie o en bicicleta.

Se ha propagado mucho el miedo y la gente sencilla tiene pánico. Hay un concreto estilo de vida en estas gentes de Santiago del Estero que viven sometidas al dictamen y quehacer del gobernador de turno que, tradicionalmente, aprovecha las ocasiones en beneficio propio y para seguir manteniéndose en el poder.

Yo diría que la gente está acostumbrada a sufrir privaciones de todo tipo. Existe un conformismo paralizante, sin aspiraciones de progreso, una aceptación de las injusticias, de que “unos son los pobres y otros los ricos”; y esto no ha cambiado mucho con la pandemia del coronavirus. Ciertamente, el miedo a contraer la enfermedad, está presente en la psiquis de cada persona. Los me-
dios de comunicación social han contribuido grandemente a ello: además de los eslóganes (“quédate en casa”...) que, de forma constante y repetitiva, se van dando desde la Municipalidad.

En este momento y en esta situación, queda de manifiesto que hay hambre. Constatamos que hay gente despedida de su trabajo (un trabajo en B) y, para poder comer, prefieren que les corten la luz por falta de pago, situaciones que están afectando mucho la psicología de estas gentes humildes.

La Salud Pública aquí, en Santiago del Estero y, todavía menos, en Añatuya, no está preparada para una pandemia semejante. En el hospital de Añatuya, que abarca una gran zona de influencia, no se dispone de medios elementales para hacer frente a una situación como ésta. Sus infraestructuras sanitarias son muy deficientes en todos los sentidos. No tiene ninguna clase de insumos ni personal especializado. Un enfermero afirmaba: “Todos somos personas de muy buena voluntad”. Me decían que solo tenían un respirador artificial. Por el momento no se han dado casos positivos. Se creó desde la municipalidad un Comité de Emergencia con un médico, un bioquímico y un grupo de voluntarios. Algunas mujeres voluntarias confeccionan batas higiénicas con la donación de bolsas de residuo y confeccionan barbijos (mascarillas) para las instituciones.

El tema de la Escuela, a través del móvil, con la dificultad de la débil señal de Internet y la escasez y la obsolescencia de los aparatos disponibles, se pone muy complicado. En muchos lugares de la zona, los chicos y las chicas se desplazan para conseguir mejor señal y recibir las tareas de sus docentes en el aparato de los padres.

Uno, des de la vocación misionera, trata de estar ayudando, escuchando, acompañando personalmente o a través de mensajes, a mucha gente, cuando la señal de wifi no falla. Esta situación de indecisión y de miedo pone al descubierto nuestra fragilidad y real pobreza...

¿Cómo se vive entre los pobres...? No suele haber conciencia clara de los problemas que afectan, particularmente, a los excluidos.

Se arman comedores comunitarios... Se reparten meriendas llevándolas a domicilio... Se va en busca de comida cocinada cada uno con su ollita... Se hacen campañas de donaciones: “el más por menos...”, “campaña de Cáritas”. Se busca, se rebusca. Hay testimonios de iniciativas solidarias en diferentes capillas y barrios.

Debemos escuchar el clamor de los pobres. Esta crisis afloró la situación que padecen los que menos tienen, los excluidos, los abandonados por este sistema que sólo privilegia la vida de aquellos que más tienen.

Entre los pobres existe una especial solidaridad porque se sabe lo que es pasar realmente necesidad. No hay violencia, no hay peleas... Creo que hay la esperanza de que “pronto pasará”. Seguiremos siendo pobres pero habremos aprendido más a compartir, a confiar, a ayudarnos... Que la vida vale la pena vivirla, que es un don inapreciable y que sabe mejor cuando compartimos en solidaridad lo poco que tenemos...

El Peròdic d´Ontinyent