viernes, 10 de junio de 2011

Domingo 12 de junio de 2011 - Domingo de Pentecostes


Nuestra época, con la humanidad en movimiento y búsqueda, exige un nuevo impulso en la actividad misionera de la Iglesia. Los horizontes y las posibilidades de la misión se ensanchan, y nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu. ¡Él es el protagonista de la misión!” (Redemptoris missio, 30).


Nos acercamos a Pentecostés de la mano de nuestro querido beato Juan Pablo II:




La Reflexión Misionera para la liturgia del Domingo de Pentecostés:




¡Pentecostés es una fiesta de maravillas! “Los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”. La sorpresa sacude a la gente de Jerusalén y a los mismos "Apóstoles, en esa mañana de Pentecostés (I lectura). Muchos pueblos distintos (se nombran hasta 17 pueblos), con idiomas diferentes, hablan un lenguaje común: todos comentan al unísono las maravillas de Dios (v. 8-11). El Espíritu Santo, que acaba de descender sobre la comunidad reunida en el Cenáculo, es el autor de esta maravilla: es decir, la superación de Babel y el paso a una vida de comunión fraterna. En efecto, en Babel la confusión de las lenguas había provocado la dispersión de los pueblos que, en actitud orgullosa y egoísta, querían edificarse una ciudad y hacerse famosos (Gn 11,1-9); por el contrario, en Jerusalén, cuando el Espíritu desciende, pueblos diferentes logran entenderse y comunicar las maravillas de Dios. En Babel todos hablaban el mismo idioma, pero nadie lograba entender al otro. En Pentecostés hablan lenguas diferentes y, sin embargo, todos se entienden como si hablaran un único idioma. En el corazón de las personas, el Espíritu desplaza el centro de interés: ya no es la búsqueda egoísta de sí mismos o de hacerse famosos, sino vivir en Dios y narrar sus obras, en beneficio de toda la familia humana.

La fiesta hebraica de Pentecostés se había convertido progresivamente en un memorial de las grandes alianzas de Dios con su pueblo (con Noé, Abrahán, Moisés, Jeremías, Ezequiel…). Ahora en la culminación de Pentecostés (v. 1) es el don del Espíritu, que se nos da como definitivo principio de vida nueva: es Espíritu de unidad, de fe y de amor, en la pluralidad de carismas y de culturas. La I y la II lectura conjugan muy bien la unidad y la diversidad, pues ambas son dones del mismo Espíritu: pueblos diferentes que conforman el mapa del mundo entienden un mismo lenguaje común a todos. S. Pablo atribuye claramente al Espíritu la capacidad de hacer a la Iglesia unida y múltiple en la pluralidad de dones, ministerios, funciones (v. 4-6). El Espíritu quiere una Iglesia rica en dones diversos, pero unida; una Iglesia que no anula, sino que valora las diferencias. ¡Porque constituyen una riqueza! El Espíritu realiza la convivialidad de las diferencias: no las anula, ni las homologa, más bien las purifica, las enriquece, las armoniza, las salva, las conserva.


El Espíritu Santo es el fruto más grande de la Pascua en la muerte (Jn 19,30) y resurrección de Jesús (Evangelio), que lo insufla sobre los discípulos: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados” (v. 22-23). Él es el Espíritu de la misericordia de Dios para el perdón de los pecados. Por tanto, es Espíritu de paz: con Dios y con los hermanos. Es el Espíritu de unidad en la pluralidad. Es el Espíritu de lamisión universal; es,incluso, el protagonista de la misión que Jesús confía a los Apóstoles y a sus sucesores (cf RMi cap. III; EN 75s): “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (v. 21). Son palabras que vinculan para siempre la misión de los apóstoles y los fieles cristianos con la vida de la Trinidad, porque el Hijo es el primer misionero enviado por el Padre para salvar al mundo, por el amor (Jn 15,9). (Sobre estos puntos se pueden ver también los comentarios para los domingos II y VI de Pascua).

El soplo de Jesús sobre los Apóstoles en la tarde de Pascua (v. 22) es ya, para Juan, Pentecostés, y evoca lacreación nueva, que es obra del Espíritu, como lo explica un conocido exégeta: “El gesto de la insuflación simboliza la aparición de una humanidad nueva; sin embargo, los apóstoles, a los que se dirige el gesto, no son considerados por Jesús como el punto de partida de esta nueva creación, sino como los cooperadores de Cristo y del Espíritu Santo en la realiza

ción de este grandioso designio: normalmente, por su mediación los hombres son arrancados del dominio del pecado y reciben la vida nueva” (A. Feuillet). De manera real, aunque por caminos invisibles que se nos escapan, el Espíritu dispone los corazones de las personas, incluidos los no cristianos, para el necesario encuentro salvífico con Cristo, como lo enseña el Concilio.
(*)

Estrechamente vinculada a la obra creativa y purificadora del Espíritu hay también su acción capaz de sanar y curar el alma y el cuerpo de las personas. Se trata de una energía real y eficaz, ante la cual existe una particular sensibilidad en el mundo misionero, aunque a menudo no es fácil discernir. La acción sanadora alcanza a veces también el cuerpo, pero más a menudo toca el espíritu humano, sanando las heridas interiores y derramando el bálsamo de la reconciliación y de la paz. En un campo tan sensible, la acción misionera de la Iglesia debería moverse con mayor impulso y creatividad. Dejando de lado excesivos miedos, fiándose sobre todo del Espíritu.

Palabra del Papa

(*)Por medio del Espíritu... se restaura internamente todo el hombre... Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma por solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual”. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 22

(Texto citado tres veces por Juan Pablo II en la Redemptoris Missio, n. 6.10.28)